El oso 🐻

Cuando era niña no había muchos libros en casa. Mis padres apenas terminaron la secundaria. No se hablaba tampoco de temas intelectuales. Ni se viajaba a lugares históricos para visitar museos o galerías. Aún así, mi mamá insistía en comprar los libros que nos iban a ofrecer a casa. Personas que vendían de puerta en puerta, cuando todavía era seguro abrirle tu casa a un desconocido; cuando no era una amenaza para ti o para tu familia.

Mi papá aceptó comprar algunas enciclopedias que mi hermana mayor necesitaba para la escuela. Ella me lleva tres años. Se llama Daysi, como Margarita en inglés pero mal escrito. Cuando ella iba a la secundaria, yo todavía estaba en la primaria y para cuando ella ya había pasado a la preparatoria, yo ya había empezado la secundaria. Hasta que ella ya no fue a la universidad y yo sí.

También compró diccionarios con los que yo me acompañaba por horas en las tardes. No había opciones más divertidas. Me empezaba a aprender todo, en qué página estaba la ballena que me daba miedo para saltármela y cómo nacían los bebés. Pretendía que era nuevo para mí para no aburrirme de lo casi único que me hacía volar la imaginación. Hasta que, finalmente, hubo una nueva adquisición. Era algo diferente. Era un cofre de papel que contenía dos libros coloridos, el tomo uno y el tomo dos. Eran más grandes de lo normal, de pasta gruesa con cuentos, poemas, adivinanzas, y canciones que nunca pude escuchar por no poder reproducir el CD. ¡Eran libros infantiles!

El cofrecito, un mundo de diversión.

Así se llamaba. No podía explicar lo que sus páginas me decían, pero me hablaban y yo entendía. Entendía el humor en las coplas, la moraleja en las historias, el resultado que nunca consideré necesario hacer de la sección de manualidades y hasta las recetas que jamás intenté porque nunca se me antojaron. Esos libros cambiaron mi vida.

Entre tanto tiempo sola en una casa enorme con un patio aún más enorme, me perdía en El cofrecito, en la silla mecedora, en el corredor, después de echar una reta de las escondidas con Popi; nuestra perrita. Ahí aprendí, con la historia del burrito que se pinta rayas blancas en una cerca para que la verdadera cebra del circo se enamorara de él, que esa no es la manera de hacerlo. Hay que ser uno mismo, o que un rey lo puede tener todo y solo querer jugar en el mar con el resto de los delfines. Y, por supuesto, detesté a los ojos vanidosos que discriminaban a los pies por ser azules y por estar en la parte alta que podía apreciar lo bello de los paisajes a donde los pies los llevaban. Sin embargo, mi historia favorita estaba en la pagina 43.

Era un poema. Con 26 años descubrí que originalmente es una canción de Moris. Según Wikipedia, fue el pionero del rock argentino en 1970. Me lo memoricé. Lo tengo aún memorizado, el esperar la noche sin luna para escapar de la ciudad y, aunque sea vieja, regresar al VERDE de la libertad. Como el oso, regresar a mi hogar mental, emocional y material.

¡Es tu turno! Te invito a visitar el bosque a través de esta historia en este video. Haz click en la imagen para dirigirte a YouTube.

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