Luchas de independencia

Como todos saben, excepto aquellos que piensan que es el 5 de mayo, el 16 de septiembre es el día de la Independencia de México. Cada noche del 15 de septiembre, se reúnen los mexicanos y personas emocionadas por festejar la emancipación de la corona española. Algunos festejan emborrachándose como si no hubiera mañana. Otros, por el contrario, se dedican a conmemorar el hecho histórico junto a los grandes héroes y heroínas que por once años lucharon y dieron su vida por LA LIBERTAD.

No recuerdo si de niña me llevaban a “el grito de independencia”. Quizás desde entonces nunca me inyectaron las dosis adecuadas de patriotismo que me hicieran desgañitarme en cada: ¡viva! después de nombrar a Miguel Hidalgo y Costilla, a Agustín de Iturbide o a Vicente Guerrero. El caso es que de adolescente iba solo para “dar una vuelta” con mis amigas y de adulta perdí todo el interés. Nunca fui la más fiestera, en eso le fallo a mi hermana mayor, a mi madre y a mis abuelas. Además, pensaba que con bandas extravagantes y todo tipo de distracciones se perdía el verdadero sentido de la lucha.

Digo lucha porque la gente baila como si esta ya hubiera acabado. Es verdad, el tipo de lucha que le abrió el camino a los Estados Unidos Mexicanos en vez de a una Nueva España terminó el 27 de septiembre de 1821. Sin embargo, ese fue un tipo de lucha. Después, por mencionar alguna, empezó otra llamada: La Revolución Mexicana. Así, sucesivamente, han empezado y “terminado” todo tipo de luchas. Algunas muy evidentes como el derrame sangriendo del gobierno militarizado contra los maestros de la Sección 22 en Oaxaca en el 2006 y otras no tan evidentes como la inestabilidad ecómomica generada por las decisiónes vengativas del actual presidente de Estados Unidos.

Casi siempre son más evidentes las luchas externas. Esas que transmiten en las noticias y que, aunque el amarillismo logre alarmarnos, en realidad, ni siquiera dimensionamos qué tanto o cómo nos pueden llegar a afectar hasta ese rinconcito del mundo en el que nos encontramos. En mi caso, siempre me sentí luchando; no por mi vida como algunas personas en los hospitales, o por mi familia y patrimonio como otras en los juzgados. Fue quizás una lucha más simple, quizás la más complicada.

Primero contra mis compañeros para tener el mejor promedio, porque tenía que ser la mejor estudiante. Después, contra mis amigas para ser la más bonita porque tenía que ser la mejor mujer. Más tarde, con mis colegas porque tenía que ser la mejor profesionista. Finalmente con todo el mundo porque tenía que ser la más exitosa. Lo peor fue luchar contra mí misma porque nada de lo anterior era suficiente. Afortunadamente vivimos en una época en la que, aunque los jóvenes le parezcamos al resto de la gente unos debiluchos que ya no aguantamos nada, nos estamos cuestionando, viendo y escuchando cargas para las que nunca antes hubo tiempo, espacio ni atención. Se está normalizando la salud mental, emocional y física. Agradezco ser parte de esta época en la que puedo ir hacia adentro.

En ese sentido, en algún punto de los cinco años de terapia que he tomado, mi psicóloga me dijo que me había mudado solo físicamente de casa de mis padres: ¿qué me habrá querido decir? En ese momento no podía ver los patrones que estaba repitiendo en los lugares donde estaba rentando en la ciudad de Oaxaca donde soy foránea puesto que, para que todo fuera más económico, compartí un departamento y dos casas con otras personas a lo largo de seis años desde que llegué a los Valles Centrales. En esos espacios, en resumen, no pude ser yo. Todo el tiempo me preguntaba por qué hasta que, hace unas semanas, vino un recuerdo a mi+ mente.

Cuando vivía en la casa de mis papás, me ponía feliz cuando todos decían que saldrían. Esperaba a que el carro desapareciera desde la ventana como ratero que espera a que los dueños se vayan para entrar a la casa. Para mí era lo contrario, me encerraba por dos razones, porque estaba sola y por si regresaban. Entonces, ponía música a máximo volumen y casi siempre o bailaba o cantaba. Algunas veces también saltaba en los sillones o camas y veía películas gritando o llorando de la emoción. Era muy feliz cuando nadie me veía y me ponía muy triste cuando regresaban y yo, en medio de una coreografía. Hasta ahora, me cuesta que la gente me vea simplemente existiendo en mi espacio. No me gusta que me vean cocinar, no me gusta que me vean lavar trastes o ropa, no me gusta que me vean barrer o trapear, no me gusta que me vean en la comodidad de mi casa. No es que no me guste, me genera incomodidad. Todavía se siente fresco que en la casa de mis papás tampoco pude ser o, mejor dicho, desde ahí no pude ser yo.

Cada vez que lloraba, decían que era muy sensible. Cada vez que gritaba, que era una gritona; que no limpiaba por querer jugar, floja; ¡No esto, no lo otro!, en tono de regaño. Me hacía sentir culpable y como ya no quería sentirme así, empecé a predecir lo que esperaban de mí. Me convertí en un soldadito que solamente en privado se podía olvidar de las exigencias del hogar. Cabe aclarar que no cuento esta historia con la intención de provocar lástima. La cuento porque si me lo hubieran contado, tampoco lo habría creído. Es demasiada casualidad haber llegado a la última casa que compartí con una roomie de “carácter fuerte”.

Desde el inicio yo dije que no me gustaba que me hablaran mal, pero lo justifiqué como lo suelo hacer. Después de un año, me encontré con miedo de que Ella regresara del trabajo a casa. En todo momento me aterrirozaba que algo hubiera hecho mal, que por eso Ella se enojara y me reclamara. Un día me cayó el 20 y pensé: ¿qué vida es esta, Brenda? ¿cuál es la necesidad? ¿de dónde se me hace familiar? Entonces recordé lo de la casa de mis papás. Me cayó como un balde de agua fría y cuando lo analicé en sesión, también descubrimos una lealtad hacia mi mamá por toda la incomodidad que ella vivió cuando murió su mamá y se tuvo que ir a vivir con otras personas.

Entonces, como pasa casi siempre, llegó el momento de tomar decisiones. El 23 de agosto del 2025 me mudé a mi primer departamento individual. Lo hice por dos razones, la primera fue honrar el sacrificio de mi madre y tomar la oportunidad de hacer algo que ella dejó inconcluso, que fue el periodo de vivir en solitud. La segunda razón fue por mi niña interior. Me era imposible salvarla cuando vivía en la casa de mis padres. Habría tenido que salirme de ahí a muy temprana edad, lo cual trae otras implicaciones a la vida de cualquier persona. No obstante, ya no soy una niña que no puede irse de un lugar en donde ejercen violencia de cualquier tipo hacia ella. Ahora, la adulta en la que me estoy convirtiendo puede entrar en acción y decidir partir de un lugar que dejó de ser un espacio seguro para su integridad. Así lo hice y estoy aprendiendo a sanar desde la privacidad que me ofrece mi propio departamento.

Por alguna razón, aunque me estaba saliendo físicamente de Casa Oaxaca, sentía que emocionalmente me estaba saliendo de Casa Tehuantepec. Así es como para mí “termina” mi lucha por mi independencia. Me emancipé de los patrones repetitivos del primer hogar. Eso me hizo pensar en este poema que escribí para un exnovio en el 2019, creo. Se llama Luchas de Independencia porque el poema refleja cómo se snitió, que luché; cuenta también la primera vez que me rendí ante esa lucha conmigo misma y solté. Ese pasado está muuuy atrás. Ahora, el 13 de septiembre viajo a la capital del país a celebrar la independencia de México porque (spoiler alert): ¡16 de septiembre, te dejo en libertad!

Luchas de independencia

Una parte de mí nació contigo 

y murió al alejarme de ti 

era un juego el de nosotros 

uno de pocas palabras 

que lastimaba en silencio 

que disfuncionaba en el tiempo  

 

tu poesía fue mi materia de estudio 

infinidad en la brevedad 

no te esperaba, 

te aparecías 

creía estar bien 

ser lista para reaccionar 

estar lista para accionar 

 

me costaba ser feliz con lo que la vida me daba 

siempre quise más, siempre te quise a ti 

al irte sufrí con lo que se me arrebató 

los lentes rosa 

aunque estuviste conmigo, nunca me miraste 

al no voltear, supe que no me ibas a buscar 

no tenías porqué 

sufrí porque no hiciste lo que habría hecho por ti 

hoy, lo único que se ve en mis ojos es la profundidad de un trabajo emocional 

lo único que querían ver mis ojos era tu presencia 

aunque fuera impuntual 

 

te di todo de mí que me negaba a darte 

mis palabras también 

las personas tienen derecho a saber lo que inspiran 

eso me dio valor la primera vez que una pequeña parte de mí te di 

eso me da valor para darte la última y más grande colección de secretos y confesiones 

escritos y canciones 

preguntas que yo misma me respondí 

respuestas que te doy sin preguntar 

espero que saques a tu mejor poeta para escribir tu vida y a tu mejor lector para saberme: 

 

fuiste la última vez que lo quise hacer igual 

hoy que el deseo de seguir otro camino viene de mí 

me quieren castigar por hacerlo diferente 

te agradezco por no aceptar mi control emocional  

me agradezco por liberarme de la historia familiar 

16 de septiembre, te dejo en libertad. 

¡VIVA!

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Más importante que las respuestas, son las preguntas. -Albert Einstein