Más importante que las respuestas, son las preguntas. -Albert Einstein
La vida es tan sabia. Tú le preguntas y ella te responde. A veces no directamente. A veces le preguntas a alguien más, como yo le hice una pregunta a mi mamá y otra a mi abuela. No tenían respuestas para mí y, como dicen por ahí que el universo detesta el vacío, no le queda más que saciarte la duda.
Mami, ¿cómo es que una mujer como tú se enamoró de un hombre como mi papá?
No lo digo con desilusión. Estoy muy agradecida y amo profundamente a mi padre. Al mismo tiempo, genuinamente, al observar demasiada incompatibilidad entre ellos, me pregunto cómo pasó.
Mi mamá es una mujer llena de brillo, de chispa, de energía, guapa y con el don de la palabra. Ella habla y la gente se ríe o es influenciada a probar productos que ni siquiera vende, a cambiar hábitos insanos y a romper cadenas impuestas. Es una mujer inspiradora que, quizás nunca creyó que era capaz de hacer lo que HA HECHO a pesar de sus propios límites. Nadie sembró la confianza en ella. Nadie le dijo que podía crear algo más grande que vivir en la casa de un hombre como su esposa, como madre de sus hijos y como trabajadora no remunerada; ¡ay, perdón! Quise decir, ama de casa.
Sé que mi padre la ama, sobre todo, que la necesita. No dudo de su amor, aunque la pregunta que le planteé a mi madre suene cruel. Me sorprende que, por razones inexplicables desde la consciencia, se sigan “eligiendo” cada día.
Después de tanto que han pasado juntos -dice la gente, romantizando la violencia-, ¿cómo justo ahora se van a separar?
Me pregunto qué tanto valió la pena haber aguantado años de sufrimiento para los pequeños cambios que ha tenido mi papá ahora que, parece, le va entrando el juicio ¿Realmente vale la pena seguir esperando todos esos otros cambios aún anhelados? Porque… le entró el juicio, pero nadie sabe si llegó para quedarse.
Entiendo que, especialmente a los hombres nadie les haya enseñado a sentir, a expresar, a escuchar o siquiera a estar en contacto con ellos mismos. Sin embargo, tampoco es nuestra responsabilidad mostrárselo a costa de nuestra salud física, mental y emocional. Encima de eso, tantear su dosis de apertura al cambio y todavía esperar pacientemente los resultados. Eso, en vez de compañerismo, sería maternar. Hijos que NO hemos tenido.
Una madre no tiene opción. Tiene que quedarse a cuidar al niño berrinchudo, a tolerar al adolescente rebelde, a apoyar al adulto con demasiadas responsabilidades. Esto, con la esperanza de que en la vejez pueda cosechar los frutos de su arduo trabajo. Tantas noches explicándose, otras llorando y algunas veces convenciéndose de que no, no duele.
Se le olvida que ella es el fruto dulce que no cualquier árbol, por muy joven e inexperto o viejo y correteado, puede sostener. Para cuando llega a la vejez, ella misma guarda demasiada tristeza, enojo y amargura. Ahora será recriminada por sus alrededores a causa de eso mismo, producto de su inconsciencia pintada de buenas intenciones. Tendrá otro impedimento para descansar, pensando cuándo se volvió así; ¿cuándo se apagó?
Yo no quiero ser así. En realidad, no tengo que repetir lo que mi mamá ya vivió por mí. Gracias a ella puedo elegir. Arrastrando un pie detrás de otro, me voy del hombre que no valora, que no ama y mucho menos respeta. Me decido a hacerlo desde ahora porque, aunque la promesa de cambio sea tentadora, el tiempo siempre deja en evidencia que es tan solo una ilusión. Con todo el dolor de mi corazón, resignifico lo que antes tomaba como traición a honrar mi linaje femenino que ya pasó por el mal de las mujeres: la validación por el sufrimiento y sacrificio. Es lo que nos han transmitido por generaciones.
Me cuesta, pero me estoy forzando a tomar la oportunidad de hacerlo diferente. Me duele. A veces deseo que mi historia fuera otra para no tener que alejarme mucho de mi familia porque los extraño. Al mismo tiempo siento que no puedo regresar pues ahora luzco y actúo como un extraterrestre comparado a lo que se es allá. ¡Cómo quisiera que mi programación psicológica fuera de amor y felicidad para que no menos de lo que merezco fuera lo que aceptara en mi vida. Ojalá mi consciente estuviera sano, aunque hay que ser realistas, ¿el de quién lo está? Supongo que por algo empezaron también esas familias que, al menos desde fuera, se ve que lo tienen todo. Hijas con un padre presente no van a consentir menos de una pareja. Es lo que me imagino. Supongo, además, que alguien en cada una de ellas tuvo que pasar por este proceso.
En mi familia, lo tuve que empezar yo. Por eso, cuando todo se pone difícil, aún me encabrono con mi papá por haber sido un cabrón, pero más me encabrono con mi mamá por no haberlo dejado. Sentí que me falló como la película Cicatrices. No habría tenido que aprender sola de haberlo hecho ella primero. No habría tenido que sentirme tan sola de haber seguido su ejemplo, en vez de ir en contra de ella; cuando lo único que quiero es estar cerca. Lo hago por amor, por amor a mí, por amor a mis ancestras, por amor a las futuras generaciones y porque estoy casada de lo mismo. Aparte de que soy terca: ¿cómo que no puedo tener algo diferente? Esperen, pensé que no quería algo diferente. ¡¿Quién me entiende?!
Sí quiero crear algo diferente. Es solo que me hace sentir alejada y solitaria. Mis heridas están demasiado a flor de piel como para estar demasiado cerca de cualquier persona. Lo que me lleva a mi siguiente cuestión.
Cuando vivía en Tehuantepec, me preguntaba por qué mi abuelita dormía mucho… ahora entiendo.
Gracias, vida, por las respuestas. Como bien dicen, nadie experimenta en cabeza ajena. Lo tenía que vivir para humildemente ponerme en los zapatos de las personas que juzgué. No todo es tan fácil como de pequeña lo planteé.